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EL TRABAJO EN LOS MOVIMIENTOS
extraído del libro: La Realidad del Ser de Mme. de Salzmann de las editoriales Gaia y Ganesha.

UNA DOBLE META

En el hombre, como en el universo, todo está en movimiento. Nada está inmóvil o permanece igual. Nada dura para siempre o termina por completo. Todo lo que vive evoluciona o declina, en un incesante movimiento de energía. Las leyes que subyacen a este proceso uni­versal eran conocidas por la ciencia antigua, la cual asignaba al hom­bre su lugar adecuado en el orden cósmico. Según Gurdjieff, las dan­zas sagradas, transmitidas a lo largo de los siglos, encarnan los principios de este conocimiento y nos permiten aproximarnos a él de una manera dinámica y directa.

Todas las manifestaciones de vida en el hombre se expresan a tra­v és de movimientos y posturas. Desde el nivel más ordinario hasta el más elevado, cada posible manifestación tiene su propio movimiento y su propia posición. Un pensamiento tiene un movimiento y una for­ ma que le son propios. Un sentimiento tiene un movimiento y una forma que le son propios. Y lo mismo sucede con cualquier acción. Nuestra educación consiste en aprender un repertorio de actitudes de pensamiento, de sentimiento o de movimiento. Este repertorio cons­tituye nuestro automatismo. Pero nosotros no lo sabemos; es un len­guaje que no comprendemos.

Estamos convencidos de que somos conscientes y de que nuestros movimientos son libres. No vemos que cada movimiento es una res­puesta, una respuesta al impacto de una impresi ón. Apenas la impre-

si ón ha llegado a nosotros, el movimiento de respuesta se libera. Por lo general, mucho antes de que lo hayamos notado. Esa percepción viene después. Todo ese evento sucede súbitamente, y nada en noso­tros es suficientemente rápido o sensible para percibirlo en el mo­mento mismo en que sucede. Cualquiera que sea el movimiento de respuesta, venga de donde venga, inevitablemente ha sido condicio­nado por el automatismo de nuestra asociación, por los hábitos y cli­chés grabados en nuestra memoria. No tenemos nada más con qué responder, así que nuestra vida es una repetición incesante de memo­ rias acumuladas. Pero como seguimos sin darnos cuenta de esto, nues­ tros movimientos nos parecen libres.

De hecho, somos prisioneros de nuestras actitudes de pensamiento, sentimiento y movimiento, como si estuvi éramos atrapados en un círculo mágico del cual no podemos escapar. Para salir de allí, yo ne­ cesitaría ser capaz de tomar una actitud nueva: pensar de otra manera, sentir de otra manera, actuar de otra manera, todo al mismo tiempo. Pero, sin mi conocimiento, estas tres funciones están interconectadas; y tan pronto como trato de cambiar una, las otras intervienen y no pue­ do escapar. Mi automatismo me mantiene en un nivel muy ordinario.

Los Movimientos de Gurdjieff representan notas de una octava de un nivel muy diferente a aquel en el cual vivimos autom áticamente. Ellos orientan la energía de nuestras funciones en una dirección as­cendente, con una calidad de vibración igual en todos los centros. Una cierta sucesión de movimientos ha sido prevista para exigir una atención especial del pensar. Sin esta atención, el proceso no podrá continuar. Así, el pensamiento debe ser mantenido con una cierta ca­lidad, una cierta intensidad, pero es el cuerpo el que realiza el movi­miento. Para ejecutarlo y para expresar su vida de manera plena, el cuerpo necesita una gran libertad, necesita adaptarse por entero. La menor resistencia del cuerpo impedirá que el pensamiento siga el or­den del movimiento. Si esta calidad no puede ser mantenida, el mo­vimiento no seguirá la dirección necesaria. Se romperá, carecerá de sentido. Frente a la dificultad, el sentimiento despierta. La aparición del sentimiento trae una nueva intensidad, una unificaci ón que crea en nosotros una corriente particular, una nueva octava.

Estos Movimientos tienen una doble meta. Al requerir una calidad de atenci ón mantenida en varias partes al mismo tiempo, nos ayudan a salir del círculo estrecho de nuestro automatismo. Y a través de una estricta sucesión de posiciones, nos conducen a una nueva posibilidad de pensamiento, sentimiento y acción. Si pudiéramos en verdad com­ prender su significado y hablar su lenguaje, los Movimientos nos re­velarían otro nivel de comprensión.

¿Por qué los Movimientos?

No nos preguntamos por qu é Gurdjieff introdujo los Movimientos como una de las prácticas más importantes para vivir su enseñanza. ¿Por qué los Movimientos? Algunos encarnan un conocimiento muy elevado que representa las leyes. Otros fueron dados simplemente porque sus alumnos necesitaban trabajar de una cierta manera. Du­rante algunos periodos, Gurdjieff dedicaba muchas horas al día a los Movimientos; los adaptaba para que correspondieran a la etapa del trabajo de las personas. Por ejemplo, en algunas oportunidades era la sensación del cuerpo la que no se había desarrollado, y la atención, la que no permanecía en el cuerpo. En otras ocasiones, era el pensamiento el que no era libre y el que no podía estar abierto a una energía sutil. Los ejercicios requerían entonces que la energía se dirigiera de una cierta manera y siguiera un cierto trayecto. Esto aportaba una ex­ periencia de una calidad diferente que permitía al alumno compren­ derla mejor y ponerla en práctica en la vida. Al mismo tiempo, el tra­ bajo sobre los Movimientos permitía una experiencia directa de las leyes que gobiernan la transformación de la energía. Esto incluía el símbolo del Eneagrama, del cual Gurdjieff decía que era casi impo­sible de comprender sin la experiencia del sentimiento obtenida por la participación en los Movimientos basados en él. El universo est á compuesto de energías que pasan a través de nosotros. Cada movimiento dentro y fuera de nosotros es un flujo de energía. Esa energía va donde es llamada. No podemos impedirlo. Estamos sujetos a las fuerzas que nos rodean. O estamos relacionados con una energía que es un poco más elevada o estamos tomados por una energía que es más baja. No somos una unidad, no somos uno. Nuestra energía no está contenida en un circuito cerrado, en el cual podría ser transformada. Esto le permitiría entrar en contacto con otra energía de la misma calidad para formar un nuevo circuito, una nueva corriente. Mientras una corriente de energía más elevada no se esta­blezca en nosotros, no tendremos ninguna libertad.

Hay una energ ía que viene de una parte superior de la mente. Pero no estamos abiertos a ella. Es una fuerza consciente. La atención es una parte de esa fuerza que debe ser desarrollada. Sin esa fuerza, estamos tomados, y nuestros movimientos son automáticos. La cabeza puede en­ tender, pero el cuerpo se queda como un extraño. Y sin embargo, es el cuerpo el que tiene que sentir esa fuerza. Entonces, si la siente, obede­ cerá; las tensiones caerán y los movimientos podrán ser libres. No se­ remos tomados y los movimientos no serán meramente automáticos.

La conciencia del movimiento en acci ón requiere atención total. La calidad de esta atención nos llama a una experiencia de Presencia total. Esta atención perfecta es una posibilidad dada por la naturaleza. En el momento de hacer un movimiento particular, ya no pensamos en el movimiento que pasó o en el movimiento que viene. Ya no bus­ camos expresar la idea de una dirección, una actitud que nos impon­dríamos. Estamos totalmente atentos a una energía que necesita ser libre para permanecer contenida en el cuerpo de una cierta manera. Uno sólo puede conocerla sometiéndose a ella.

Los Movimientos exigen una Presencia; al mismo tiempo tienen que hacerse libremente. Nos ense ñan cómo ser en la vida. En lugar de estas reacciones incesantes que son las respuestas condicionadas de nuestro automatismo, hay la posibilidad de una acción que viene de la visión, de una fuerza consciente que es más elevada. Los Movimientos son una forma de vivir la idea de Presencia. La idea sola no es suficiente. Tiene que haber una acci ón que aporte la energía de la que estamos hablando. Esa energía aparece en los Movimientos, la podemos sentir. Cuando todas las energías están relacionadas en mí, se produce una nueva ener­gía. Tiene otra calidad. Es otra fuerza, una conciencia a la cual no estoy acostumbrado. Esa energía viene de mi mente, de una parte más ele­ vada de la mente, donde hay una inteligencia, una capacidad de ver que no depende del material acumulado. Necesito estar en relación con esa parte de mi mente. Para tener una visión perfectamente clara de mí mis­ mo, de los demás, de lo que es, sin reacciones. Yo me veo como yo soy.

Una parte de la ense ñanza

Los Movimientos son una parte, s ólo una parte, de la enseñanza sobre la posible transformación de las energías en nosotros y sobre el sentido de la vida humana. Expresan la enseñanza en un lenguaje donde cada gesto, cada posición, cada secuencia, tiene un papel y un significado específicos. No podemos comprender los movimientos separados de la enseñanza, y no podemos practicarlos correctamente con nuestro pensamiento y sentimiento ordinarios. Exigen la participación de toda nuestra Presencia. Tengo que abrirme a una energía que debe tener su propia vida en mí. Entonces, es el cuerpo de energía, la Presencia, lo que está en movimiento. A menos que esa Presencia esté aquí, los Movimientos se hacen automáticamente. Incluso, si no­ sotros pensamos que se hacen bien, no expresan nada y carecen de significado. Ese tipo de práctica es una total distorsión y no tiene nada que ver con los Movimientos tal como fueron creados.

Al tratar de llevar los Movimientos a otros, uno se ve, despu és de un tiempo, en una posición difícil. Repetimos ciertos Movimientos y buscamos unos nuevos para mantener un interés. Pero realmente no sabemos lo que estamos haciendo. Nos aferramos a una forma que está vacía de significado. Necesitamos una experiencia de Presencia y de Presencia-en-movimiento, que no hemos vivido. Nos aferramos a una forma que est á vacía de significado porque falta el poder de creación real que es la señal de este trabajo. Este conocimiento nece­sita ser descifrado y esto no se puede hacer solo. Uno necesita una experiencia por la cual uno mismo no ha pasado. De hecho, tenemos una comprensión muy limitada, tanto de la enseñanza como del len­guaje de los Movimientos. Nos tomará años desarrollar la atención necesaria. Entonces, ¿cuál sería una actitud correcta hoy en día si de­seamos servir al Trabajo?

¿Qué se requiere para llevar un Movimiento a otros? Primero, uno necesita haber hecho el Movimiento, comprender su estructura —la secuencia de posiciones—, su ritmo. Se necesita exigir actitudes justas a sí mismo y a los demás. Las posiciones deben ser exactas, porque sin precisión, el trabajo es superficial. Uno debe ver en sí mismo a qué corresponden las posiciones y encontrar el tempo justo, vivificar el Movimiento. Por supuesto, siempre hay preguntas. ¿Es necesario sim­ plificar este Movimiento y aprender un miembro después de otro? ¿Qué tendrá más efecto sobre la atención? ¿Qué tipo de demanda debe hacerse y cómo? ¿Debe decirse algo más, recordando siempre que las palabras promueven el pensamiento y animan a la cabeza a «hacer» el Movimiento? Y siempre, ¿qué es este Movimiento? ¿A qué llama? Cada vez, antes de empezar una clase, tenemos que tomarnos un mo­mento con nosotros mismos para recordar a qué queremos servir, en qué tenemos fe. Lo más importante es mi estado. Necesito una atención consciente, que sea más fuerte que el automatismo. Sin esta visión, es sólo el ego el que da o el que ejecuta el Movimiento.

En cada Movimiento hay una secuencia de posiciones que com­ponen un todo, el cual debe ser realizado sin error. Por lo com ún no vemos el conjunto. Todo el Movimiento tiene que ser previsto simul­ táneamente por nuestras funciones durante un tiempo bastante largo, cuando todo lo demás en nosotros esté quieto. La secuencia de las posiciones refleja la línea de fuerzas que se desarrollan y tiene siempre en la mirada el estado en el cual uno se encuentra, estado dirigido por el equilibrio de los centros de energ ía. Repetir un Movimiento sim­plemente refuerza el automatismo y nuestra tendencia a apoyarnos en el cuerpo sin la participación del pensamiento. Así que los ejerci­cios y el concentrarnos en partes de un Movimiento son importantes no sólo para introducir el Movimiento, sino para trabajar sobre as­ pectos de la atención que necesitan ser desarrollados. Al mismo tiem­ po, ya que cada Movimiento expresa una totalidad —tiene su signi­ficado como un todo—, necesitamos también permitir que la clase tenga la experiencia del Movimiento en su totalidad.

Necesitamos ver que diferentes posiciones y tempos representan diferentes estados de energ ía. Por ejemplo, cuando el brazo derecho hace un círculo, la continuidad expresa algo tranquilo que no varía. Cuando el brazo izquierdo entra con otro tempo y en una serie de po­ siciones, representa una energía diferente. También tenemos que com­ prender cómo diferentes posiciones cambian nuestra disposición in­ terior, porque la dirección de la energía cambió en nosotros. Una cierta postura es necesaria para permitir que la energía circule libremente a lo largo de la columna vertebral; un cambio en la posición altera la disposición, porque la dirección de la energía cambia. Si bajo la ca­ beza, por ejemplo, la corriente ya no pasa de la misma manera; se de­vuelve hacia abajo. Si pongo mi mano en mi pecho, conservo la ener­gía en este lugar. Si levanto mi cabeza, recibo la energía desde arriba. Si pongo mi brazo hacia delante, detengo el flujo. Si entonces levanto el antebrazo, conservando el codo en la misma posición, estoy listo para recibir el flujo de energía; y si bajo el brazo, la energía será re­cibida y almacenada en el cuerpo. Tenemos que ser muy cuidadosos de no cambiar el Movimiento, en particular el orden de las posiciones, que expresa una ley. Cada posición, cada gesto, tiene su lugar, su du­ ración, su peso propio. Si hay un error o si algo nuevo se introduce, el significado general puede deformarse.

Tenemos una tendencia a imaginar, a dejar que ideas, im ágenes y emociones sin sentido penetren nuestras actitudes. Pero lo que sucede es más serio: el paso de energía que produce el estado deseado por aquel que cre ó el Movimiento. Es una ciencia, un conocimiento —el más fundamental de todos— que sólo puede ser obtenido por etapas, comenzando por la relación entre los centros de energía durante la acción. Tiene que ser decodificado y estudiado in situ, entregándose uno mismo a la práctica.

60. Sólo con una Presencia que sea estable

Nosotros no vamos a «hacer» Movimientos. Vamos a tratar de comprender el movimiento. ¿Qué es el movimiento para usted? ¿Cómo se pone usted en movimiento? ¿De dónde vienen nuestros movimientos?

Entendemos el movimiento de una manera est ática, una posición seguida por otra. Sólo vemos el resultado del movimiento, sin ser ca­ paces de seguirlo. Nunca sentimos el movimiento. Vemos posiciones, imágenes, y comenzamos a movernos en esa dirección, pero el mo­vimiento es mecánico. Y nuestra energía es llevada sin que sepamos cómo, de manera que seguimos totalmente dirigidos por nuestro au­tomatismo. Y cada posición se toma por separado, en lugar de pasar de una a la otra como las notas musicales. Sin embargo, lo que somos es energía en movimiento, un movimiento continuo que nunca se de­ tiene. Necesitamos sentir la energía y seguir el movimiento, dejándolo fluir sin que el pensamiento intervenga de ninguna manera. Es lo más difícil y al mismo tiempo lo más importante de comprender Esa ener­gía es como una Presencia que no debe irse. Entonces, el movimiento está siendo hecho bajo una visión. Aún es automático, pero la visión tiene una acción; el movimiento es más libre.

Antes de comenzar cualquier Movimiento, tengo que encontrar un estado en el cual haya una relaci ón entre la cabeza y el cuerpo. El sentimiento viene por sí mismo. El movimiento es una expresión de ese estado. Sin ese estado, ¿de dónde vendría mi movimiento? Al principio, trato de abrirme a una energía que viene de un lugar un pocomás arriba de mi cabeza y que entra en mí. Esto permite una concien­ cia que yo, de otra manera, no conocería. Necesito conservarla en mí mientras, al mismo tiempo, mi cuerpo está en movimiento. Los dos necesitan estar absolutamente juntos. Esa energía es más importante que cualquier otra cosa. Estoy en movimiento, pero la energía per­manece igual y es más fuerte que el movimiento. Para permanecer relacionado con esa energía, necesito mantener un ritmo de una cierta intensidad y fuerza. Yo estoy «en un ritmo»: ¿qué significa esto? No significa que una parte está en un ritmo y otra en otro, o que yo tomo una posición en el ritmo pero no la siguiente. La energía es la misma en todas partes.

No aceptamos que no hay relaci ón entre el pensamiento y el cuer­ po. El pensamiento se vuelve y se va en su propia dirección. El cuerpo no se interesa y espera que algo le sea pedido. Para que una relación aparezca debe haber un movimiento del uno hacia el otro. La relación crea una nueva energía, que necesita llegar a ser una Presencia que sea estable, llegar a ser un segundo cuerpo. El trabajo tiene diferentes etapas, pero por ahora todo el trabajo consiste en esto, aunque habrá otra etapa después de que el segundo cuerpo haya sido formado. Para que haya esta relación, necesito desarrollar una atención que ahora no tengo, una atención voluntaria. Si yo quiero, yo puedo; si verdaderamente quiero. Cuando esta atención, esta visión, sean desarrolla­ das, mi cuerpo obedecerá, porque sentirá una fuerza que lo sobrepasa y que aportará algo mucho mayor. El esfuerzo de relación entre los centros que requieren los Movimientos aporta la energía necesaria para la formación de los cuerpos superiores. Los Movimientos pro­porcionan, entonces, el elemento de choque de la manera correcta. Es esto lo que puede permitirnos atravesar el intervalo entre «si» y «do», que de otra manera nunca podría ser atravesado. Sólo si tenemos una Presencia que sea estable, un segundo cuerpo, seremos capaces realmente de hacer los Movimientos según su propósito original.


TRACOLL-EL SONIDO DE GURDJIEFF

En el instante mismo la llamada de la búsqueda resuena en él y la esperanza nace en su corazón. ¡Pero desgraciado de él si se cree a salvo en adelante! La visión no dura -quizás no está hecha para durar- y se encuentra con la impresión vertiginosa de zozobrar una vez más en el torbellino irreversible de sus propias contradicciones. Sintiéndose perdido, puede perderse aún más en su búsqueda por reencontrarse; experimentando su ceguera, puede acrecentarla esforzándose por ver; tomando conciencia de su esclavitud, puede dejarse encadenar más estrechamente aún por su búsqueda de libertad. Hasta que de pronto se despierta de nuevo, y todo el proceso vuelve a comenzar. A la larga, de esfuerzo en esfuerzo y de fracaso en fracaso, puede que consiga al fin reencontrarse para asumir el papel preciso que le corresponde en este drama desconcertante.

Cada vez que un hombre se despierta y recuerda su meta, al mismo tiempo que a este milagro efímero, él se despierta a un enigma insoluble. Se da cuenta por momentos de que a fin de despertarse estaba condenado al sueño, de que a fin de recordarse estaba condenado al olvido. Tal es la ley de esta situación equívoca: sin sueño no hay despertar, sin olvido no hay recuerdo. Desde entonces, si se obstina en buscar lo que está más allá de la ambivalencia, descubrirá lo que no era más que otro fantasma. De hecho hay, y siempre ha habido, una secreta continuidad en su ser, que está en parte reflejada en la estructura inmodificable de su cuerpo y la actividad cíclica de sus funciones. Pero en un mundo de energías en perpetuo movimiento, una continuidad tan relativa no puede ser nunca asimilada la inmutabilidad. La ley de la existencia humana es: devenir o morir. Si un hombre debiera permanecer para siempre inmóvil y fundirse en la eternidad, su presencia sobre la tierra casi no tendría sentido ya.

Tal es la verdadera condición humana: su aceptación lúcida y total se revela indispensable. Sólo ella puede ayudar al verdadero buscador a reafirmar su determinación interior. Debe estar dispuesto a adaptarse a una realidad constantemente cambiante, dispuesto a acomodarse a la ley de la alternancia y de los vuelcos sucesivos del destino, dispuesto a conformarse a todo lo que pueda presentarse de favorable o de hostil, dispuesto a rechazar todo deseo ilusorio y a no contar con resultado ni recompensa. Tarde o temprano deberá intentar no solamente aceptar los riesgos, sino responder al desafío con conocimiento de causa y exponerse él mismo al peligro. Es solamente entonces cuando responderá verdaderamente a la llamada. Lejos de abjurar de las revelaciones recibidas a través de enseñanzas que ha podido encontrar anteriormente, tratará de “verificarlas” -es decir, experimentarlas como verdades para él mismo, aquí y ahora. Una participación consciente en lo que para él es la evidencia misma, tal es la meta de aquel que busca sinceramente: meta tan próxima y al mismo tiempo tan lejana, meta que le es continuamente ofrecida y continuamente retirada- y eso a fin de que pueda continuar buscando. Para un hombre, buscar es una tarea sagrada, que se sitúa mucho más allá de sus esperanzas y de sus gustos personales. Si él le da su asentimiento y si se esfuerza con perseverancia por cumplirla, experimentará que su búsqueda corresponde verdaderamente a la vez a sus necesidades esenciales y a sus capacidades propias.

Paciencia -mucha paciencia. Aguante y determinación, vigilancia y prontitud, disponibilidad y flexibilidad consciente: todas estas cualidades le son indispensables. Quizás llegará un momento en que se dará cuenta de que para desarrollar sus posibilidades latentes tiene necesidad de un guía y de un apoyo. Liberado de toda pretensión de ser “alguien que sabe”, se pondrá deliberadamente bajo la autoridad de un Maestro. ¿Para recibir su enseñanza y seguir sus directrices? Sí, y lo que es más, para recibir y estudiar la manera en que el Maestro se comporta en la vida y con los demás, para observar cómo transmite su comprensión por su propia conducta y por el tono de su voz, y finalmente para ser capaz de recibir plenamente su mirada silenciosa. Sometiéndose a tal aprendizaje el buscador se libera progresivamente de sus prejuicios y se hace sensible a una multitud de manifestaciones o testimonios de búsqueda donde quiera que los encuentre -y esto cualquiera que sean las aparentes contradicciones que descubra entre sus respectivas formas- pues sabrá reconocer que todas se refieren a ese mismo desconocido al que él mismo se siente ligado. Dicho esto, se puede preguntar por qué el elocuente dibujo de Sengaï ha sido elegido como motivo para este libro 2. ¿Esta pintura zen no parece como un gesto de desembocadura a la que debió ser para el artista la búsqueda de toda una vida? No podemos dejar de representarnos a Sengaï preparándose, meditando horas en una calma perfecta; después, una vez la tinta lentamente removida y diluida con cuidado, el pincel que se levanta, queda un momento suspendido en el aire como un águila observando su presa, y de un solo golpe he aquí: círculo, triángulo, cuadrado. ¿Pero qué especie de geómetra es entonces este hombre? ¡Mirad un poco su “cuadrado”! ¡La imprecisión de las líneas, la palidez de la tinta!Pero con toda evidencia Sengaï no le importa, la preocupación ordinaria de exactitud no es de su competencia. Con toda evidencia él está más interesado por la relación interna entre los tres símbolos, y por la manera en la que se engendran uno a otro. Su sucesión es en sí misma un enigma. Si le prestamos atención, comprendemos que el movimiento se desarrolla naturalmente de derecha a izquierda. Siguiendo el trazo del pincel cerramos el círculo, lo abandonamos por el triángulo y finalmente desaparecemos en el último toque del cuadrado. Para nosotros, aceptar esta interpretación del orden de sucesión puede resultar difícil, pues según nuestro sistema occidental de asociaciones nosotros lo vemos automáticamente desarrollarse de izquierda a derecha… Así es como nosotros estamos habituados a “leer” las cosas, a progresar hacia el punto final y el cierre del círculo. Existen de hecho indicaciones pertinentes sobre la intención probable de Sengaï. El profesor D.T. Suzuki, eminente autoridad en materia de budismo Zen, propone esta interpretación: el circulo representa lo “sin forma”, la vacuidad, el vacío donde no hay aún ninguna separación entre la luz y las tinieblas; el triángulo evoca el nacimiento de la forma a partir de lo “sin forma”; y el cuadrado, combinación de dos triángulos opuestos, representa la multiplicidad de las apariencias. Del Uno sin límites a la inagotable variedad de formas en las que se divide, del secreto de la Esencia a la Manifestación siempre proliferante, tal es el misterio de la Creación involutiva. ¿Pero debemos verdaderamente contentarnos con la visión maravillosamente concisa de Suzuki como la única digna de fe? A menos que por esta aquiescencia demasiado fácil no traicionemos a la vez, en un sentido, la pintura y la interpretación. Más valdría mantener nuestro espíritu abierto al flujo de las sugestiones venidas de otras fuentes, por ejemplo a la cuadratura del círculo de los alquimistas, o incluso a aquellas que pueden surgir de nuestras profundidades más íntimas, guardándonos de sucumbir a la seducción de ninguna de ellas.

¿Estamos dispuestos ahora a superar la peligrosa fascinación de las contradicciones aparentes? Reflexionemos en el orden que ha sido adoptado para las tres partes de Búsqueda y en la manera en que han sido concebidas para armonizarse a la composición de izquierda a derecha del motivo. Aquí, de nuevo, la ley de alternancia se nos impone, pues es tiempo ahora de remontar a la fuente. Exiliados sobre este lejano pequeño planeta donde nuestra única opción posible de supervivencia exige las defensas protectoras de la estabilidad material -cuadrado-, debemos hacer laboriosos esfuerzos para encontrar orientación, ayuda y método -triángulo-, hasta el momento en que estemos dispuestos para la última búsqueda: el retorno al origen, al comienzo -círculo-, de donde… pero esta es otra historia -o, mejor dicho, la misma historia siempre recomenzada. El buscador nato no puede escapar al laberinto. Quizás comprenderá que él mismo es el laberinto y que ninguno de los fracasos, ninguna de las “respuestas” que se presentan a lo largo del camino lo detendrán jamás en su progreso hacia el centro de su propio misterio. Lejos de intentar sustraerse al desafío cultivará la esperanza de llegar a ser cada vez más capaz de responder a él: sólo esto dará un sentido a su búsqueda.